En noviembre de 2021 se celebró en Cuautitlán, México, un encuentro presencial y virtual de la “Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe,” como respuesta a la tarea señalada por el Papa Francisco de caminar juntos como Iglesia Sinodal. Después de una semana intensa de trabajo de los ‘Grupos de discernimiento comunitario’ (apoyados en el documento previo de Escucha del Pueblo de Dios), el día 26 de noviembre se dieron a conocer los Resultados de la ficha de trabajo 4, elaborados por la Comisión de Síntesis, según la meta que se habían propuesto: “Seleccionar, en discernimiento sinodal, los nuevos caminos que el Señor nos invita a seguir y construir”.
La Comisión llegó en su síntesis a 41 desafíos, cada uno con determinadas orientaciones pastorales. Sobre la misión de la Iglesia en una pastoral de la diversidad sexual -una realidad que no se abordaba antes-, este documento conclusivo de la Iglesia Latinoamericana es de gran valor y relevancia, y en particular los desafíos números 20, 24 y 27, aunque es el 20 el que más específicamente se refiere a nuestro tema, y dice así: “Promover una Iglesia, casa de acogida, en la que se integren las diversidades culturales, étnicas y sexuales”.
Tomo seis propuestas pastorales que en se dan en los números citados (entre comillas, tal como dice su redacción) y me permito desarrollarlas un poco para hacerlas nuestras en el acompañamiento a personas de la diversidad sexual.
1. “Valorar al otro como un don.”
Un primer paso es el reconocimiento del ‘otro’ ser humano como distinto a mí y, sin embargo, igual en su dignidad. El otro es justamente aquel que por su misma diferencia está frente a mí, me encuentra y me descubre aspectos diferentes de la vida, me hace salir de mi propio mundo y no quedarme encerrado (en mis ideas, relaciones, prejuicios); el ‘otro distinto’ me ayuda a acoger y a vivir lo que soy como ser de relaciones, y a hacerme humano. El otro es creatura e hija de Dios, siempre amada. El otro es un don, un regalo, que Dios me ofrece y donde él se hace presente. Así las personas de la diversidad.
2. “Salir al encuentro desde la misericordia, acercándonos con gestos, actitudes e iniciativas de escucha y de diálogo.”
La actitud del ‘buen samaritano’ aparece como la más evangélica y la más humana: es la persona que se atreve a acercarse a un desconocido (y hasta “raro” para uno) que encuentra herido y marginado en la sociedad; y se atreve a mirarlo, a escucharlo, a tocarlo, a sentirlo persona humana; quizás también a conocer una vida hecha de luchas, rechazos, sufrimientos, heridas, pero también de sueños, esperanzas, logros, amor. Sólo un encuentro real (no teórico) con el corazón abierto puede generar la misericordia o compasión, la capacidad de acoger al otro con el amor con que Dios Misericordia lo ama y abraza, y que así la otra persona experimente a Dios. La misericordia nos hace ‘prójimos’ y nos lleva a actuar, acompañar, curar, cuidar, ayudar, como el buen samaritano.
3. “Fomentar en nuestras comunidades e Iglesias locales el reconocimiento y la valoración de las diversidades sexuales, étnicas y culturales.”
Las personas de diversidad sexual tienen dones y cualidades para ofrecer y enriquecer a toda la comunidad cristiana. Ésta ha de ser cada vez más una familia, la de los y las hijos de Dios, que acoge y da su lugar propio a cada persona, en la comunidad, sin excluir por la diversidad de orientación sexual, de culturas, de lenguas, de origen social o familiar, etcétera. La Iglesia no se cierra, sino se abre con esta diversidad; no se vuelve un lugar de puros, o de privilegiados, o de seres uniformes, sino una familia generada por Dios, unida por él, amada y llamada por Jesús, enriquecida por los diversos dones del Espíritu en cada persona, para dar testimonio con la vida de lo que el Espíritu hace en cada uno.
4. “Integrar con misericordia y ternura a las diversas modalidades de familias: monoparentales, uniones de hecho, y con diversidad de orientación sexual.”
El documento de este encuentro eclesial latinoamericano se ha atrevido a tocar una realidad que no siempre queremos admitir y acoger: la diversidad de familias que de hecho existen entre nosotros. Y propone “integrar con misericordia y ternura”, en la línea de la enseñanza del Papa Francisco en su exhortación Amoris laetitia (AL). “Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre” (AL, núm. 297). Para que esto se dé, “es necesario discernir cuáles de las diversas formas de exclusión, actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional, pueden ser superadas” (AL, 299). Integrar y no excluir, acoger con amor y no condenar, son criterios evangélicos que hemos de traducir en nuestra práctica pastoral y en nuestra vida como católicos.
5. “Promover y articular redes de defensa de la vida con los movimientos y colectivos sociales organizados para el cuidado de la dignidad humana, especialmente de pueblos originarios, afrodescendientes, mujeres, y personas con diversidad sexual (LGTBIQ+).”
La propuesta eclesial pone siempre el acento en la dignidad de todo ser humano como hijo e hija de Dios, y en la vida dada por el Creador, y que quiere configurarse más con la de Jesús y alimentarse con el Espíritu. En esta nuestra identidad verdadera están también las personas de diversidad sexual; no han de ser unas vidas aparte, echadas a un lado, o menos valoradas. La propuesta, pues, es defender esa dignidad, valorarla, cuidarla, y encontrar las maneras concreta de hacerlo en cada comunidad. Se enfatiza que ha de ser una labor comunitaria y articulada con otros que buscan también este fin.
6. “Generar estructuras intra-eclesiales, parroquiales y diocesanas, que apoyen las denuncias de la violencia eclesial, estructural, social, doméstica y sexual, desde una cercanía a todos los hijos e hijas de Dios, sin exclusión de ningún tipo.”
Las personas de diversidad sexual (LGTBIQ+) siguen padeciendo agresiones físicas, psicológicas, sociales; violencia y ataques a su vida; sin que muchas veces se haga algo por detener y revertir esta realidad social y por hacer justicia. Como Iglesia estamos llamados a no aceptar ninguna violencia, a denunciarla, y a contribuir a crear condiciones de paz y de justicia. El documento toca una llaga al mencionar que también dentro de la Iglesia se ejerce a veces una violencia -psicológica, moral, religiosa-, abusos y discriminaciones, que van en contra del proyecto de Dios y en contra del Evangelio. Las realidades que vivimos nos interpelan fuertemente a una conversión, a un cambio de mentalidad, de actitudes y de prácticas, que reflejen más claramente la vida buena que Dios quiere de todos. Esta conversión ha de renovar los modos de ser Iglesia y “generar estructuras” coherentes, válidas y operantes, para hacer visible y real que somos “la casa abierta del Padre”, “el lugar de la misericordia gratuita”. Es nuestra tarea pendiente.
Podemos concluir estas invitaciones de la Iglesia a un cambio en nuestras conductas y actitudes con estas palabras del Papa Francisco a los jesuitas de Eslovaquia, en el encuentro que tuvo con ellos el 21 de septiembre de 2021:
“Nos asusta acompañar a gente con diversidad sexual. Tenemos miedo de las encrucijadas de las que nos hablaba Pablo VI. Este es el mal de este momento: buscar el camino en la rigidez y el clericalismo, que son dos perversiones. Hoy creo que el Señor pide (a la Compañía) ser libres, con oración y discernimiento. Es una época fascinante, de una hermosa fascinación, aunque sea la fascinación de la cruz: hermosa para llevar adelante la libertad del Evangelio: ¡la libertad!”