Se puede acceder a una versión en inglés de este artículo, editado y traducido por J.D. Long-Garcia y Ricardo da Silva, S.J., aquí. Una versión anterior de este artículo, publicado en portugués en noviembre pasado, está disponible aquí.
En 1521, el caballero español Iñigo de Loyola fue herido en una batalla en la ciudad de Pamplona. Estaba entre la vida y la muerte. Luego pasó por una convalecencia que duró casi un año. Durante este tiempo, leyendo la vida de Cristo y de los santos, experimentó una profunda transformación espiritual y existencial. Su vida dio un nuevo giro y este proceso continuó.
Creó los Ejercicios Espirituales, una forma de buscar y cumplir la voluntad de Dios. Cambió su nombre a Ignacio y fundó una orden religiosa, la Compañía de Jesús, que desempeñó un importante papel evangelizador en la Era de los Descubrimientos.
Los Ejercicios de Ignacio, en sus diferentes modalidades, llevan al creyente a reconocer sus movimientos interiores—pensamientos, emociones y deseos—que demandan su propia libertad en una u otra dirección. En estas peticiones, que Ignacio llama mociones, actúa el Espíritu de Dios o el maligno. Él mismo experimentó esto en su convalecencia.
Quienes hacen los Ejercicios deben discernir estos movimientos interiores, buscando la voluntad de Dios y su gracia, encaminados a seguir a Jesucristo y conformarse con Él. Todo el proceso se basa en la certeza de que el ser humano está creado para alabar y servir a Dios, y así alcanzar la salvación; así como en la convicción de que es el mismo Espíritu el que guía a Cristo ya su esposa, la Iglesia.
Conmemorar los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola es mirar con gratitud este cambio de vida que ha resultado en tanto bien. Es también una oportunidad para considerar la relevancia y posibilidades de estos Ejercicios en el presente.
En los tiempos modernos que le tocan vivir, la subjetividad y la autonomía del individuo pasan a tener un peso cada vez mayor. Esto llevó a gran parte de la cristiandad a rechazar la jerarquía religiosa como mediadora entre Dios y los fieles, dando como resultado la Reforma protestante. En el mundo católico, algunas corrientes religiosas valoraban la interioridad en la relación con Dios, además de las prácticas externas.
La modernidad que estaba germinando en tiempos de Ignacio creció y dio como resultado la libertad religiosa, así como la libertad de conciencia y de expresión. Con la secularización, la ciencia alcanzó la autonomía y el Estado se hizo laico. Con diferentes movimientos sociales surgieron los derechos humanos a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, entre razas y entre orientaciones sexuales.
Los estudios de género convergen en la constatación de que no necesariamente existe una continuidad entre el sexo de una persona asignado al nacer, la percepción de sí mismo como hombre o mujer, el deseo y la práctica sexual. No todos son cisgénero, es decir, identificados con el sexo asignado al nacer.
También hay transgénero. No todo el mundo es heterosexual. También hay homosexuales y bisexuales. Acrónimos como LGBT+ parecen contemplar esta diversidad, cada vez más visible en la sociedad.
El Papa Francisco, formado en los Ejercicios Espirituales, apuesta por una Iglesia en salida, que va a las periferias existenciales, al encuentro de quienes sufren las diversas formas de injusticia, conflictos y carencias, y que necesitan la luz del Evangelio.
Aporta nuevos matices al magisterio de la Iglesia y novedades en su pastoral, siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, de relectura del Evangelio en la perspectiva de la cultura contemporánea. Francisco es el primer Papa en utilizar el término gay para referirse a las personas homosexuales, como los movimientos sociales que abandonaron el término homosexual porque estaba, en su origen, asociado a una patología.
Se hizo famosa su pregunta: “si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo”?
En la base de esta pregunta está la enseñanza del Concilio sobre la autonomía e inviolabilidad de la conciencia. Es el derecho de una persona a actuar de acuerdo con la norma correcta de su conciencia, y el deber de no actuar en contra de ella.
En ella está el “santuario de la persona”, donde Dios está presente y se manifiesta. Por la fidelidad a la voz de la conciencia, los cristianos se unen a los demás seres humanos en su deber de buscar la verdad, y en ella resolver los problemas morales que se plantean en la vida individual y social. Francisco trae esta doctrina a la realidad de las personas LGBT+.
Recibió en el Vaticano a un transexual ya su pareja, así como a una pareja gay, a los que trató con mucho aprecio. Sobre esto, el Papa explicó públicamente que las personas deben estar acompañadas como Jesús las acompañaría. En cada caso, es necesario acoger, discernir e integrar, porque eso es lo que Él haría hoy.
Si hay una pareja homosexual, podemos hacer pastoral con ellos, avanzar en el encuentro con Jesucristo. Y defendió la protección estatal de las uniones homosexuales, aunque sin equipararlas con el matrimonio. Si hay niños en estas uniones, Francisco incluso aconsejó a los padres que los lleven a la parroquia, exponiendo la situación con transparencia.
Al convocar el Sínodo de los Obispos sobre la Familia, el Papa planteó estas cuestiones. En su Exhortación postsinodal, trata de personas en lo que se llama una situación “irregular”. No se puede decir que todos vivan en pecado mortal, privados de la gracia divina. Un pastor no puede aplicar la ley moral como si fueran piedras arrojadas a la vida de las personas.
Esto se aplica a los divorciados vueltos a casar y a las uniones LGBT+. Siempre se debe invitar a las personas a cumplir el mandamiento supremo del amor: “Amaos unos a otros como yo os he amado”, que es la plenitud de la ley. Y también a buscar el bien posible. Las personas en situación irregular pueden vivir en la gracia de Dios, recibiendo la ayuda de la Iglesia que incluye los sacramentos.
El confesionario no debe ser una sala de tortura. Y la Eucaristía no es premio para los perfectos, sino medicina y alimento para los débiles, para los necesitados.
500 años después de la conversión de Ignacio de Loyola, hoy también se necesita conversión. Los LGBT+ no son sodomitas, como los del relato bíblico que intentaron cometer violencia sexual contra los invitados del patriarca Lot. No son personas abominables que atraen la ira divina o llevan a la sociedad a la destrucción.
Tampoco eligieron su orientación sexual o identidad de género. Dios los creó de esa manera. Deben ser amados y amarse a sí mismos como Dios los hizo. A estas personas se les debe presentar el yugo ligero y la carga fácil de Jesús. Hay que curarlos, eso sí, de las heridas de la homofobia y la transfobia que no pocas veces devastan. Y los que causan estas heridas necesitan conversión.
Las personas LGBT+ tienen muchos dones y talentos para ser reconocidos y multiplicados. Todos necesitan estos dones, tanto la Iglesia como la sociedad. Todos pierden cuando ellos y ellas no son bien recibidos o son abiertamente acosados, y se van. Este procedimiento desfigura el cuerpo de Cristo y su rostro amoroso. Se ofrece al mundo un triste testimonio, una imagen rigurosa y espantosa de Dios.
Los Ejercicios Espirituales son una forma extraordinaria de ayudar también a las personas LGBT+. Se pueden cambiar vidas, salvarlas de la depresión, la tristeza y el suicidio, y el mundo puede ser mucho mejor. Hay una diversidad muy hermosa en la creación, que tanto puede enriquecer a la Iglesia. Como dijo el arzobispo brasileño Dom Hélder Câmara: “¡Hazme un arco iris que acoja todos los colores en los que se fragmenta tu luz”!